Historia detrás de la pieza
La calabaza burilada es una de las primeras obras de arte conocidas que se atribuyen al antiguo hombre del Perú. De hecho, la planta y su fruto estaban bien difundidos en América prehispánica como lo demuestran los hallazgos arqueológicos en entierros como el de Huaca Prieta (3000-1700 A.N.E.), en la costa norte peruana en el departamento de La Libertad. Allí se hallan las evidencias más antiguas de la utilización de mates y estos exhiben un diestro trabajo decorativo, inciso y pirograbado.
La función de los mates en el Antiguo Perú fue muy diversa. Decorados o sin decorar, sirvieron principalmente en la vida cotidiana como recipientes de alimentos y bebidas, aunque también fueron utilizados como ofrendas en ceremonias religiosas o como parte del ajuar funerario que acompañaba al difunto en la otra vida. Los relatos demuestran que también se usó la calabaza como instrumento musical (cornetas guerreras y sonajas); como flotadores para la navegación o especies de balsas; como caleros y, finalmente, como producto de intercambio o trueque.
La calabaza, fruto de la Lagenaria Vulgaris, crece en clima seco y cálido, lo que contribuye a la formación de su cáscara dura, parecida a la madera. Tales condiciones se encuentran en la costa, en algunos valles andinos y en las zonas bajas de las vertientes orientales de la sierra.
Avanzando en la historia, ya en épocas de la Colonia el mate fue asociado especialmente al uso como recipiente para beber ka'ay. La orden de jesuitas trajo y difundió esa costumbre tras haberla conocido por los indígenas de Paraguay. El término mate, pasó entonces a nombrar no sólo al recipiente hecho del fruto seco y vaciado de antigua tradición indígena, sino también, a la nueva bebida. Éste término se generalizó a tal punto que se dejó de lado la denominación de origen guaraní, y se comenzó a llamar mate, yerba mate o “té de los jesuitas”. En el siglo XVII, los jesuitas comercializaron la yerba mate por todas sus casas de América y difundieron su consumo en todos los estratos sociales de las grandes ciudades del Nuevo Mundo. No obstante, la afición por la bebida decreció en el territorio peruano durante la segunda mitad del siglo XVIII tras la expulsión de los jesuitas en 1767. Además, el beber café se consolidó como alternativa y, finalmente con el advenimiento del té en el siglo XIX, desapareció totalmente la costumbre de tomar la infusión y por ende la presencia generalizada del recipiente.
Si bien diversos instrumentos para tallar eran ya usados en estos territorios, el buril en específico, una herramienta europea traída por los artífices plateros al Virreinato peruano, brindó a los artistas indígenas mayores posibilidades plásticas en su decoración. El traspaso de la técnica de la orfebrería al trabajo del fruto, se observa claramente en la estética de los primeros recipientes para bebidas y azucareros que se produjeron durante ese periodo. Posteriormente, los cambios políticos, sociales y económicos del siglo XIX, incorporaron una nueva iconografía que resaltó las costumbres locales y dio origen a una tradición.
Es así que las escenas cotidianas vinculadas al calendario agrícola y ritual del campesino empezaron a popularizarse. En toda la extensión del Valle del Mantaro, los buriladores supieron plasmar en la calabaza de antigua tradición utilitaria, la evocación de su vida cotidiana, sus tradiciones y celebraciones, es decir, la memoria del pueblo andino.
A nuestros días, el burilado de las calabazas sigue siendo una de las tradiciones más refinadas del mundo y ejemplares de los más variados tipos y tamaños continúan sentando las bases de lo nacional a partir de una mirada al Perú campesino y a las raíces del pasado indígena. Esta pieza en especial, proviene de la localidad de Cochas Grande, ubicada en el distrito de Tambo en la provincia de Huancayo. Ésta aprovecha sus superficies para ornar ricamente el cuerpo del mate con escenas de la selva y animales reales. Su color natural es de un delicado palido amarillo, matiz que el tiempo ha tornado en un ligero pardo tostado. Las escenas de este estilo se completan, casi por regla general, con un fondo compuesto por diferentes plantas como enredaderas y palmeras, lo que en su totalidad convierte a esta pieza en un ejemplar de arte tradicional rural1.
El principio aplicado al trabajo es sencillo. Una vez seco el fruto de la calabaza, limpiado y pulido, se traza sobre su exterior con un instrumento punzante el diseño que se va a decorar. En seguida, con un buril esas mismas líneas son reforzadas en profundidad y en grosor. Para diferenciar aún más las figuras del fondo, éste es o rayado con trazos delgados y paralelos, como en el sombreado de un grabado en cobre, o desbastado íntegramente creando un fondo de textura mate distinto al terminado brillante de la piel del fruto. Finalmente, una mezcla de grasa con hollin es untada sobre el mate para que las partes incisas adquieran un color negro intenso, acabado que caracteriza el estilo del Bajo Mantaro.
No cabe duda que el potencial plástico del mate burilado y sus artífices, dan suficientes argumentos para reconocer en este arte popular -sustentado en la idea del mestizaje- el paradigma del verdadero arte peruano.
Origen: Cochas Grande, Huancayo
Medidas: 17 cm x 24 cm x 24 cm
Estado de conservación: Excelente
SKU: 0267-95
Medidas: 17 cm x 24 cm x 24 cm
Estado de conservación: Excelente
SKU: 0267-95
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$ 850.00
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1 Se considera Arte Tradicional Rural a aquellas manifestaciones plásticas creadas por residentes del ámbito rural cuyas producciones no pueden identificarse como parte del lenguaje autóctono de una etnia. Un artista tradicional del ámbito rural que migra a la urbe seguirá haciendo arte tradicional rural mientras mantenga sus técnicas, formas y funciones, pues éstas proceden del ámbito rural.