Historia detrás de la pieza
Esta tipología de manta inicia su historia cuando la alfombra hispano-árabe llega a la tierra de los maestros tejedores y tintoreros peruanos, también llegan animales novedosos por aquel entonces, como los carneros con abundante lana. Las necesidades de transformación difunden el uso de esta nueva alfombra a niveles insospechados. Ahora vendría a ser un elemento indispensable en las cabalgaduras, en los estrados y pasadizos de los amplios templos, e incluso modifica lentamente a la pequeña alfombrilla manuable que solía llevarse a la iglesia para evitar arrodillarse en las funciones religiosas cotidianas sobre el duro piso de ladrillo o de picota.
Su nombre original en todos los pueblos en los que fue inicialmente confeccionada era frazada de labor, un bien útil, necesario y muy preciado sobre todo en las tierras altas. Se cree que su producción pudo haber tomado mayor énfasis y popularidad entre los siglos XVIII y XIX siendo usada en las cabalgaduras sobre la que se asentaría la montura, sirviendo además de colchón en los viajes por comarcas.
El epicentro de producción de estas alfombras, en sus inicios, se dividió entre la ciudad de Piscobamba, el distrito de Conchucos, ambos en el departamento de Ancash, y los pueblos y caseríos en Santiago de Chuco, Mollebamba y Huamachuco en el departamento de la Libertad. El decorado empezó con un predominio indígena pero en el camino se asimilaron estilos hispano-moriscos. Algunos colores de la gama hispana se fueron armonizando con los colores oriundos y el cordón retorcido del tejido le dió su carácter de transición. Cuando la fusión ornamental y de color se manifiesta, es el momento del apogeo de la alfombra mestizo-criolla. Es aquí que esta tipología de tejido llega a constituir una pieza heráldica que se convierte en el patrimonio de las famillas como tapiz valioso que sucede de generación en generación, siendo las alfombras blasonadas sobre fondo negro con decoración floral e iniciales de su dueño las que más cuidados han merecido y es por medio de ellas que hemos logrado apreciar el altísimo grado de perfección a que llegaron.
Las alfombras mestizo-criollas no fueron tejidas en serie. Cada una es una pieza diferente, cada tejedor ha expresado en ella sus preferencias por determinados colores y motivos a pesar de seguir siempre cierto patrón que las unifica. Muy pocos tejedores vuelven a plasmar el mismo diseño o usar los mismos colores. Ésta en particular es una pieza tradicional proveniente del departamento de Ayacucho íntegramente elaborada a mano con lana oveja.
A diferencia de muchos tejidos hechos a mano que actualmente se desarrollan en grandes telares de pedal fabricados en madera provenientes de la época de la colonización, esta pieza tradicional fue hecha en un sencillo telar vertical. Para su creación se emplearon aproximadamente dos meses, sólo en lo que respecta al urdido y el tejido cuidadosamente hecho a mano. Cabe resaltar que este tiempo no incluye los procesos previos por los que pasan sus fibras: desde el trasquilado del animal, la limpieza de impurezas, el escarmenado de la fibra, la clasificación de color, el ordenado de hebras, el hilado de las mismas, la torsión para la obtención del hilo final hasta el teñido, procesos que también son realizados a mano.
Para iniciar el tejido de esta alfombra, fue necesario, luego de configurar la urdimbre, ovillar nuevamente en pequeñas porciones las grandes pelotas de hilo de oveja según los colores escogidos, volviendo a los ovillos más maniobrables. Ya comenzado el tejido, la trama gradualmente va ocultando por completo las urdimbre, creando la decoración por cambio de color a lo ancho del textil.
Hay tejedores que cuelgan dibujos cuadriculados a un lado del telar, otros trabajan con apuntes exactos sobre medidas y gráficos, otros llevan el diseño y sus dimensiones en la mente. Hay quienes usan como modelo otra manta colgando frente al espacio de trabajo.
En este proceso aflora la capacidad mental de los tejedores para visualizar las formas y plasmarlas en el tejido. A medida que se avanza en el trabajo cada línea tejida deberá ser presionada enérgicamente hacia abajo con peines especiales.
Durante todo el proceso el tejedor debe tener habilidad en sus manos, concentración y buena vista para tejer los diseños, fuerza y técnica para manejar el peine y mucha minuciosidad y limpieza. Una buena alfombra peruana tradicional debe tener además un tejido uniforme, parejo, muy liso y apretado - resultado de la combinación perfecta de un buen hilado, torcido y tejido - eso en cuanto a la parte técnica, pues el otro elemento importante para valorar un de estas mantas es el aspecto artístico. El tejedor demuestra su arte al armonizar las formas y colores de los diseños escogidos de tal modo que existe un balance entre todos los elementos que conforman la manta. Finalmente, sobre esta pieza se puede decir que conserva las características tradicionales de forma, decorado y técnica típicas de las alfombras del departamento de Ayacucho. Su tejido que va del naranja cadmio al azul cadete, pasando por los toques de rosa profundo y morado del noroeste (teñidos con pigmentos silvestres) dedica sus iconografías principalmente a mostrar una deconstrucción de la Chacana o Cruz Andina.
Volviendo a la historia, es necesario mencionar que el florecimiento de la alfombra peruana comienza a decaer con el comercio con el viejo mundo y posteriormente con la avalancha industrial. En nuestros días se ha intentado reaccionar románticamente dando un pequeño impulso a la industria vernacular de la alfombra, pero se ha llevado sin criterio artístico imponiéndose patrones y dibujos pseudo incaicos, sin compenetrarse del natural estilo logrado al cabo de un intenso proceso cultural de siglos, que sólo es necesario conservar o reanudar para no adulterar o confundir.
Origen: Ayacucho
Medidas: 172 cm x 185 cm
Estado de conservación: Excelente
SKU: 0236-64
Medidas: 172 cm x 185 cm
Estado de conservación: Excelente
SKU: 0236-64
USD
$ 3580.00
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